La tradición religiosa de Ciriaco y Paula.
El cristianismo había empezado a extenderse en Málaga cuando era provincia del imperio romano. En ella existía una floreciente comunidad cristiana desde 289, que dirigía el obispo San Patricio, primero que tuvo Málaga. El cristianismo se encontraba en una zona que abarcaba de este a oeste, desde Motril a Cádiz, y desde el sur de Tánger hasta Córdoba, e Ilíberis. Precisamente aquí, tuvo lugar el conocido Concilio de
Elvira, en una fecha incierta entre 300 y 324.
Ciriaco y Paula eran amigos de la infancia y pertenecían a la comunidad malacitana. Ella trabajaba como panadera en lo que hoy se conoce como la calle Santos. En el año 303, el emperador Diocleciano comenzó la décima persecución que hubo contra los cristianos y que duró ocho años. Fue la más dura y sangrienta de todas las que llevó a cabo el imperio. A ella hicieron frente con valor los cristianos de Málaga, saliendo del casco urbano de la ciudad y llevando a cabo sus reuniones en el monte Coronado, que
les sirvió como refugio.
A través de confidentes, el poder romano supo del lugar de las reuniones, prendiendo allí a Ciriaco y Paula, que fueron puestos ante el cruel juez Silvano. A pesar de las torturas a las que fueron sometidos, Silvano no logró que renunciaran de su fe. Ciriaco y Paula fueron condenados a morir lapidados. Desnudos, fueron atados a dos palmeras, que se encontraban en un espacio situado entre lo que, más tarde, fue el arroyo de loa Ángeles y el cauce del río Guadalmedina, mirando ambos hacia el monte Coronado, para que contemplando su muerte a distancia, su muerte sirviera de ejemplo a los que
allí se refugiaban.
Temiendo que sus inermes cuerpos se convirtieran en reliquias veneradas, se dispuso una gran hoguera para quemar sus cadáveres, pero una lluvia torrencial evitó ese propósito, lo que posibilitó que un amigo rescatara sus cuerpos logrando sepultarlos en las inmediaciones del mencionado arroyo. Nunca se puso dar con sus restos. Sin embargo, nuestro estimado amigo, el arqueólogo malagueño Manolo Muñoz Gambero, descubrió en 1969 durante la construcción de pisos sobre el solar de la huerta de Rodino, una necrópolis romana. En ella llamaron la atención dos tumbas de un chico y una chica, que presentaban signos de una muerte violenta, entre otras coincidencias.
Los primeros datos por escrito acerca de los Mártires, se remontan al año 858, cuando Usuardo, monje benedictino francés, incluyó la historia en su “Martirologio”. La memoria sobre Ciriaco y Paula se mantuvo entre la comunidad cristiana de la Málaga ya dominada por los musulmanes, pese al temor constante por las represalias.
Cuando los Reyes Católicos realizaron en el año 1487 la ofensiva sobre Málaga, fray Juan Carmona les pidió que prometieran, que si la ciudad caía en su poder, levantaran una iglesia bajo la advocación de Ciriaco y Paula. Tras ser tomada Málaga, los monarcas enviaron una carta al Papa Inocencio VIII en relación con lo ocurrido, mandándoles el Pontífice que levantara ese templo que hoy es la iglesia de Los Mártires.