WATERLOO. BICENTENARIO DE UNA BATALLA DECISIVA.

Al cumplirse el 18 de junio de 2015 el Bicentenario de la batalla de Waterloo, homenajeamos a los soldados franceses, británicos y prusianos que cayeron en aquella batalla, que fue decisiva para la suerte de Europa en los siguientes años.
            Lo hicimos en base al siguiente programa y con las características y medios de nuestro colectivo, pero con la dedicación e ilusión de cómo hacemos siempre estas cosas, desde que iniciamos nuestra andadura de recreaciones en 2002.
            Este fue el programa:
            En Málaga, a partir de las 19´00 horas del 18 de junio, justamente cuando doscientos años antes la batalla comenzó a cambiar de signo, iniciamos un desfile por el parque, calles y plazas de Málaga, que terminó con un acto en calle Alcazabilla en memoria por todos los caídos en Waterloo.
            En Torrealquería (Alhaurín de la Torre), el día 23 de junio: a partir de las 20´00 h. inauguramos la Exposición “Waterloo: doscientos años después”.
            A las 20´30 h. Conferencia “Los errores estratégicos y tácticos de Napoleón en la batalla de Waterloo”, a cargo del historiador malagueño Esteban Alcántara.
            A las 21´30 h., debate sobre la gran película “Waterloo” (1970), del director Serguéi Bondarchuk.
            Inicialmente, Waterloo acabó con una gran parte del espíritu de la Revolución francesa, poniendo bajo el poder de la Santa Alianza el control de Europa, con un claro predominio de los poderes absolutos frente a las ansias de libertad de aquellos que deseaban los sistemas constitucionales, y las libertades y derechos de los ciudadanos. Lo que relatamos a continuación, son algunos de los aspectos de aquella batalla singular, tan emblemática en la historia de Europa.   

LA BATALLA DE WATERLOO. DATOS HISTÓRICOS

Si bien la estrategia ideada por Napoleón Bonaparte fue buena en su concepción, dadas las adversidades que tenía ante sí el emperador; los condicionamientos y los errores, de él mismo y sus generales, a la hora de materializarla, llevarían a la derrota.
             Escapado de la isla de Elba, Napoleón logró formar en los llamados “Cien días”, un ejército 89.415 soldados de infantería, 23.595 de caballería, y 11.578 de artillería, para servir 344 cañones.  En Viena, los aliados de la Séptima Coalición, intentaron aunar la convergencia de cinco grandes masas de ejércitos. Uno anglo-holandés, de 93.000 hombres, bajo el mando de Wellington. Otro prusiano, de 117.000 hombres a las órdenes de Blücher, un ejército de 210.000 austriacos, mandado por Shwarzenberg; otro de 150.000 rusos, a las órdenes de Barclay de Tolly, y el último, de 75.000 integrado por italianos y austriacos, bajo las órdenes de Frimont. Es decir, Napoleón tenía frente a sus 124.588 hombres, un enemigo muy superior que sumaba el total de 645.000 hombres. Si se dejaba atrapar en Francia, experimentaría lo que le había sucedido en la campaña anterior: la derrota. Las tropas de Shwarzenberg, Tolly y Frimont, todavía tardarían semanas en alcanzar la frontera francesa, y no estarían dispuestas hasta el 1 de julio, por lo que la clave estaba en ocupar la llamada “posición central” y batir por separado, primero a los prusianos y, después, al ejército de Wellington. Sobre el papel, era lo mejor que podía hacer, otra cosa sería la complejidad que en su ejecución tendría el plan, para que británicos y prusianos se mantuvieran separados. De conseguir esa victoria, Napoleón abrigaba la esperanza de que los belgas se levantarían a su favor, y que el partido conservador británico cayera, dejando a Gran Bretaña fuera de la bélica, lo que posibilitaría repetir la misma estrategia con rusos y austriaco, y batirlos por separado. El plan era demasiado esperanzador, pues indudablemente, en todas esas campañas el ejército francés mermaría mucho en bajas, y Napoleón sólo podía calcular que se le sumara el ejército de Rapp en Alsacia, de unos 23.000 hombres. El emperador designó el mando de su ala izquierda al mariscal Ney, y el ala derecha la confió a Grouchy. Por las características en obrar de ambos, muchos historiadores se preguntan hoy, si ambos hubieran estado en el ala contraria que se le asignó, el resultado de Waterloo se hubiera convertido en una victoria francesa, aunque eso no es Historia.
QUATRE BRAS Y LIGNY

 En el camino hacia Bruselas, Ney no logró solventar bien la batalla de Quatre Brass, librada contra los británicos, y el movimiento hacia Lygny, ejecutado con retraso en la estrategia general prevista, tampoco ayudó en la posibilidad de acabar con ejército  prusiano, a los cuales estaba haciendo frente al emperador el 16 de junio. Es verdad que Napoleón obligó a abandonar el campo de batalla a las tropas de Blücher, y que estas anduvieron en momentos de confusión en su repliegue inicial. Sin embargo, la férrea voluntad de su jefe, terminaría reagrupándose en su vía de aprovisionamiento, y girar para acudir a ayudar a Wellington cuando este libró la gran batalla contra los franceses.
            Creyendo todo solucionado, Napoleón ordenó a Gruchy que mantuviera alejado a los prusianos, y él giró con sus fuerzas para aniquilar a los británicos en Quatre Brass. Sin embargo, Ney había fallado de nuevo, permitiendo que las tropas de Wellington pudieran replegarse en buen orden, a pesar de la lluvía incesante del día 17 de junio, a un lugar casi desconocido hasta entonces: Waterloo.
 
18 DE JUNIO DE 1815

    Antes del anochecer del 17 de junio, y en medio de una intensa lluvia, las tropas de Napoleón y las de Wellington, ya estaban situadas frente a frente. Al día siguiente, decisivo, el británico acertó en su aprovechamiento del terreno y en el hacer una batalla netamente defensiva hasta la aparición del los prusianos. También, en la fortificación de los puntos avanzados del castillo de Hougoumont (sobre el camino a Bruselas), y la Haye Sainte, ésta en la parte central del amplio dispositivo británico. Por su brava defensa, los hombres de Wellington los convertirán  en auténticas bastiones defensivos, que costarían a los franceses, muchas bajas y tiempo. Para conseguir que el terreno quedara seco, para sacarle el mayor partido a los impactos de su artillería (superior a la británica), Napoleón retrasó el ataque general en varias horas, hecho que sería fatal al final del día. Uno de los momentos más conocidos fue cuando la infantería francesa de d´Erleon combatió pendiente arriba y fue cargada por la caballería escocesa, conocida popularmente como los “grises”. Éstos, animados por sus compañeros escoceses de infantería, alcanzaron las baterías, donde sus caballos llegaron agotados. Allí sufrieron grandes pérdidas por el ataque de los coraceros y los lanceros polacos.  



Después vendrían los errores y las malas disposiciones del mariscal Ney, y las cargas desesperadas de la caballería francesa ante la firmeza defensiva de los cuadros defensivos de la infantería británica. Waterloo significo el “canto del cisne” de la flor y nata de la caballería napoleónica, desperdiciada inútilmente en hombres y cabalgaduras por no hacerla actuar en la eficacia, enviándola a un imposible, por un terreno muy complicado, defendido en lo más alto por una infantería disciplinada y con fusiles de  gran eficacia en sus fuegos. Unos soldados a los que Wellington había cuidado de forma especial, mandando que se tiraran al suelo y, agazapados, dejaran pasar el alud de proyectiles que durante ese día envió la artillería francesa. Veló por sus hombres y por la moral de combate de éstos, a contrario que Napoleón, que envió a sus tropas a ineficaces combates frontales, sucediéndole a la mortandad de una oleada, otra. Así, el potencial del ejército francés se diluyó durante aquel día en una sangría constante.

 La persecución de Grouchy sobre los prusianos se mostró ineficaz, y las tropas de Blücher terminaron apareciendo en Waterloo, por el costado derecho de los franceses, en el momento decisivo de la batalla. Y si bien, en un primer ataque la Guardia Imperial  restableció la situación en Plancenoit, todo se derrumbó cuando las descargas británicas hicieron retroceder a la Guardia Media en las alturas del campo de batalla. Entonces, surgió el célebre grito de Wellington: “¡Ahora Maitland, os toca a vos!”, y toda la infantería inglesa “como un solo hombre” atacó, empujando hacia su línea de partida al grueso de las tropas napoleónicas. A partir de ahí fue el caos, iniciándose en el campo francés la desbandada, a la vez que los prusianos rompían el ala derecha de los imperiales. La Vieja Guardia formó a las órdenes del veterano general Cambronne para proteger a las unidades francesas que se retiraban, al grito de “La Garde meurt et ne se rend pas”, terminando por ser aniquilada. Así acabó la batalla de Waterloo, y a Napoleón sólo le esperó recordar su intensa vida, ensu destierro en la isla de Santa Elena, situada en el Atlántico sur.