Recreación de lo sucedido en la batería de San Ignacio (San Fernando), entre 1810 y 1812. Vida cotidiana.



Asociación Torrijos 1831.- Lo vivido en los años del sitio de Cádiz (1810-1812), en la batería de San Ignacio, al este del puente Zuazo (también llamado Suazo), se ha recreado por la iniciativa de la Fundación de la Real Isla de León, en estos días de finales de septiembre, contando con la colaboración de nuestro colectivo, representado por el “Regimiento de Infantería de Málaga”, y un grupo de compañeras y compañeros, vestidos a la usanza del paisanaje de la época. Independientemente de tratarse las vicisitudes de la presencia de la tropa asignada en la misma, se ha querido ahondar en el papel de la mujer, el de los cirujanos y demás personal sanitario, así como de la alimentación en aquel lugar durante la defensa, etc. Un día a día, de vigilancia, tensión y sacrificio, en medio de un inmenso campo de sal, inhóspito, rodeado de canales de agua del mar y fango, muy incómodo tanto en invierno, por estar batido por el frío viento oceánico, sin refugio alguno; como en verano, por el sol implacable del día y la presencia insoportable de legiones de mosquitos al atardecer. Además, soportando el cañoneo intermitente del ejército francés y sus impactos. Más datos para los lectores que habitualmente nos siguen, a continuación.











Ejercitación en la avacarga.

Al principio del siglo XIX, las armas eran de un solo disparo y de avancarga. A la complejidad de los mecanismos de carga y disparo, y el tiempo invertido para ello, con el enemigo enfrente, se unía el daño que podía frustrar el disparo, por el agua de la lluvia, el helor, el polvo y el barro. La falta de elementos de puntería era otro factor que reducía la capacidad del tiro eficaz
de cada arma.
La clave dependía en gran parte del mecanismo de disparo: la llave de chispa. Entre los elementos que la hacían funcionar estaba la piedra de sílex o de pedernal, que cuando era golpeada producía las chipas (el encendido). Esta piedra estaba sujeta por dos quijadas, pertenecientes a la pieza llamada “pie de gato”. Al apretarse el gatillo, el “pie de gato” quedaba liberado, proyectándose con fuerza hacia delante y golpeando la piedra directamente sobre la pieza “rastillo”, que al rasparla, producía las chipas que saltaban sobre la pieza de bronce, de forma cóncava, llamada cazoleta, cargada de pólvora negra (el cebo), que deflagraba a través de orificio de fogón, hasta alcanzar directamente a la pólvora alojada previamente en la parte
posterior del cañón del arma, produciéndose el disparo.
En el bastión de San Ignacio, nuestros compañeros realizaron diversos ejercicios de disparos de avancarga, ante el público asistente. También mostraron su pericia en la confección de los cartuchos. 











Las mujeres.

Las que apoyaron a las tropas españolas que guarnecían los diferentes bastiones, se pueden dividir en cantineras, vivanderas, lavanderas y costureras. Las que más arriesgaron en las posiciones fueron las primeras, mientras que las últimas estuvieron siempre en lo que hoy es San Fernando, al otro lado del canal de Sancti Petri. Solía haber una cantinera “oficial” por Regimiento, mientras que las vivanderas iban por libres (en las marchas no tenían carromato propio). Unas y otras tenían que estar autorizadas. Aprovechaban las barcazas de suministros de alimentos que cruzaban el canal, para vender sus cosas a las tropas destacadas en las baterías. Es posible, que en momentos más tranquilos, también llevaran su alegría femenina y que los soldados formaron corrillos junto a ellas, alcanzándose momentos más distendidos en una vida forzada a ser cotidiana, ya que duró dos años y medio.


Las heridas y los equipos médicos.

Una de las cosas que estamos haciendo más hincapié en las recreaciones, es mostrar ante los espectadores los remedios médicos de entonces ante las heridas y enfermedades. Indudablemente, visto desde hoy, algunos de estos remedios eran verdaderamente atroces. Adentrémonos un poco en el marco de la época para comprender como era la situación hace dos siglos, en el caso concreto de las horripilantes amputaciones. El herido era fuertemente sujetado por los ayudantes del cirujano, mientras una de las piernas o brazos, se preparaba para ser serrada y concluir la amputación. El cirujano previamente había verificado que las graves heridas impedían salvar ya la extremidad lesionada. Algunos galenos creían que era mejor esperar el desarrollo de la herida, pero otros opinaban que había que amputar contra antes mejor, aprovechando que ese miembro todavía estaba tumefacto por la reciente lesión, y el tejido sano podía ser sajado con menos dolor. Además, el herido al estar en estado de shock tendría la tensión sanguínea más baja y el flujo de sangre sería menor, favoreciendo el control de la hemorragia. Con un fuerte torniquete a 8 cm. de la herida, la amputación se realizaba con un cuchillo curvo, mientras las arterías eran prendidas con alfileres y, finalmente, cosidas. Sólo un cuarenta por ciento de los heridos lograba salvar su vida tras una amputación, pues las
infecciones eran muy frecuentes. 


Comidas y alimentos.

Las tropas españolas durante la Guerra de la Independencia padecieron hambruna. Hoy día, la ración diaria de nuestros soldados parecería muy escasa y nauseabunda, salvo excepciones. Muchos hombres estuvieron famélicos años enteros. La carne provenía por lo general de los caballos y mulos muertos, de perros, gatos y ratas. En los bastiones defensivos de San Fernando, gracias a la importantísima línea marítima de suministro, la situación alimenticia  mejoró respecto a otras partes del país. Aún así, la carne escaseaba, abundando en los ranchos, el pescado (cocido o frito), la llamada sopa de huesos o las verduras cocidas.
 
 


Homenaje al Regimiento de Infantería de Málaga.

Como ya hicimos en Almonacid, Ocaña y Arquillos; hemos recogido en una pequeña cajita, un poco de tierra de una de las baterías de San Fernando, como emblema del recuerdo histórico, que el Regimiento de Infantería de Málaga, estuvo dando guarnición a los bastiones situados a lo largo del canal de Sancti Petri, entre 1811 y 1812. Esta cajita, una vez quede debidamente decorada estará permanentemente en nuestra sede.

Fotografías: Loli Rodríguez Cuenca.